08 julio 2009

Budapest en julio

Mientras viajábamos por Hungría, con destino a Budapest, nos sorprendían las vastas llanuras, con suaves colinas de un verde esmeralda, salpicadas de cultivos, arboledas, granjas y pueblecitos coloreados de flores. La naturaleza nos iba cautivando con su fuerza. Podíamos comprender a aquellos conquistadores en sus rudos caballos, recuperando en estas amplias tierras, el recuerdo de la estepa de la que procedían. Ahora experimentábamos cómo la Naturaleza, la Historia, el Arte,...ejercían sobre nosotros como un imán con su potente atractivo y belleza.

De buena mañana conocimos a nuestra guía Klara, que nos puso al corriente de la cultura húngara reflejada en su capital Budapest, destruida y reconstruida cinco veces y que renace hoy en día, hacia los nuevos aires de la historia, con gran empuje.
Desde el micrófono del autobús, con profesionalidad y humor, nos instruía nuestra guía. Estaba especialmente dotada para las lenguas urálidas e interesada en que al menos entonáramos, si no aprendiéramos, algunas palabras procedentes de las 4 tribus húngaras. Nos pedía que remarcáramos la longitud y abertura de las vocales, pues si no, dos palabras podrían confundirse(por ejemplo “loco” con “contento”). Klara repetía el nombre de Arpad, con una sonoridad y belleza..., tratando de que nosotros nos esforzáramos en imitarla. Es este un idioma aglutinante, cuyas palabras suelen ser largas, ya que se componen de añadidos de varios significados. Nos dio un ejemplo: para decir “agua mineral sin gas” se emplea una única y larga palabra. Esto hace que ciertas palabras que son semejantes en idiomas occidentales, (por ejemplo: policía= rendersi), resultan en húngaro extrañas a los visitantes. Una cosa tiene fácil: en su gramática sólo hay un pasado en los verbos. Lo que pasó, pasó, no precisan detallar aspectos: ¡Buena filosofía!
Al recorrer la ciudad no podíamos menos de prestar atención al elegante parque automovilístico, que usan los budapestianos como si fueran paraguas, cada vez que caen cuatro gotas. La guía nos hizo saber que, aunque no parecía corresponder con la pobre renta per cápita que tiene el país, realmente, los húngaros al salir del régimen comunista habían sentido ansias de comprar buenos coches, de los que antes habían carecido, aunque fuera a costa de salirse de sus posibilidades. Sin embargo los transportes públicos seguían siendo buenos: En 1896 se inauguró el primer metro continental, el primero del mundo electrificado. Además funcionan tranvías, algunos artísticamente pintados y trolebuses, que son muy ecológicos.
Entre explicaciones ibamos devorando los detalles y el paisaje. El río Danubio es el gran protagonista de la ciudad y sus hermosos puentes. Une las primitivas ciudades de Buda, en la colina, y Pest, en el llano. El puente de las cadenas, en tiempos llamado de Francisco José, fue el primero y un alarde de ingeniería, al sostenerse sobre sus dos torres. El puente de Sissi une la colina de Gellert con el centro capitalino. Esta verde colina, lugar de fuentes termales, muestra el monumento al obispo Gellert, misionero veneciano, que cristianizó la ciudad y educó al hijo del rey S. Esteban, el príncipe S. Imre, el cual dedicó más esfuerzos a la castidad que a dar heredero al país, tras su muerte prematura. Destaca sobre el verdor el magnífico edificio del famoso balneario, que lleva años formando cuerpos esculturales. Los turcos, que se apoderaron de la región y la ciudad, en el siglo XVI, nos han legado el reaprovechamiento de sus aguas termales a través de numerosos balnearios y baños
turcos.

En nuestra primera visita, el autobús nos acercó al casco antiguo de Buda, en su mayor parte reconstruido a finales del siglo XIX en estilos historicistas. El rey Bela IV ha dejado su huella en la ciudad y con buen motivo, pues fue él quien fundó Buda y trasladó aquí la capital , tras la invasión mongola. Su hija Margarita, creó un convento en la isla que lleva su nombre en mitad del río y se la venera con cariño.
Tras una breve explicación en la plaza, con los sones de un violinista callejero, como extraordinaria música de fondo, visitamos la iglesia de Matías. Lleva el nombre del rey, emblemático mecenas renacentista, que rehabilitó la antigua construcción, para celebrar sus esponsales con Beatriz de Aragón, hija del rey de Nápoles. De la antigua, quedan entre otros restos la hermosa torre de Bela IV, con sus tejas de colores. Con Matías Corvino, el siglo XV entra en una época de esplendor. Su símbolo, el cuervo, se prodiga en sus obras públicas de la ciudad y de alrededores, como en Visegrad.
Relumbra al sol la piedra blanca del Bastión de los Pescadores, con sus hermosas vistas del Parlamento a lo lejos, de su fachada al Danubio. Estaba en obras el Palacio Real. Los Habsburgo llegaron para ayudar a expulsar a los turcos a finales del siglo XVII y rigieron el país hasta finales del XIX. La emperatriz Mª Teresa es especialmente querida por la modernización de la ciudad y, tras el levantamiento de 1848, Francisco José o sobre todo, su esposa Sissi. Dejamos este tesoro para otra ocasión. ¡No se nos olvide que queda pendiente!
La siguiente visita fue la Opera del Estado, conquista histórica del periodo nacionalista y de auge cultural del siglo XIX. Se construyen entonces los edificios emblemáticos de: el museo Nacional, Academia de Ciencias, de la Música, la Biblioteca, Teatro Nacional y las grandes mansiones del bulevar Andrassy, la principal avenida de Budapest. La guía nos enseñó la Ópera, con todos sus detalles: la inmensa lámpara que pendía sobre el patio de butacas, el palco del emperador y el que en su ausencia usaba Sissí, las salas de reunión, los balcones y terrazas para disfrutar del exterior... Es un edificio más pequeño que el de Viena, pero tan armonioso y sonoro, que tras su inauguración, causó envidia al emperador, que dejó sola a Sissí en las numerosas ocasiones que gustó de venir a él, según dice la leyenda. Parece ser que la enorme cantidad de músicos angelotes, que adornan por doquier, se encargan en las noches, de mejorar la sonoridad del lugar.

Por la calle Andrassy, gran amigo de Sissí, llegamos a la Plaza de los Héroes, que conmemora el Milenario de 1896, cuando, para celebrar los 1100 años de establecimiento de las tribus magiares, se proyectó esta plaza del Milenium, con una columnata de estatuas de próceres húngaros. Nos hicimos fotos junto a la columna central con los guerreros magiares a caballo, entre ellos el príncipe Arpad. En el siglo X estos príncipes paganos se convirtieron al cristianismo y fueron coronados reyes, por el Papa. La corona, símbolo sagrado, sólo era vista por los nobles, hoy todos podemos admirarla. El primero de los reyes cristianos, S. Esteban, se convirtió en el patrón de Hungría. Su recuerdo pervive en la ciudad, en la basílica que lleva su nombre, en estatuas y monumentos. La columna central está rematada por el arcángel S. Gabriel que presenta las joyas de la coronación. El palacio del Arte flanquea un lado de la plaza y el otro el Museo de Bellas Artes. Al fondo está el jardín que, entre otras cosas, da acceso al Zoológico, con su hermosa entrada de aspecto oriental.
Antes de llegar a comer al famoso restaurante Astoria, pasamos por el Mercado y compramos las cosas típicas de alimentación. Nos encontramos como en casa, rodeados de embutidos, vinos, pimentón y ajos. El paté y los vinos fueron nuestras compras preferidas, reservándonos de otros productos que adquiriríamos en Sazendre al día siguiente.

Por la tarde visitamos el Parlamento. Hungría sufrió grandes pérdidas en la primera y segunda guerra mundial y en 1945 por las tropas rusas. La ciudad quedó destruida. Desde 1990, con la democracia, han ido restaurándose los bellos edificios y el Parlamento, el mayor edificio del país, se ha convertido en el símbolo de la nueva Budapest. El inmenso edificio neogótico, luce en su interior tanto como sorprende por su magnífico exterior. Por dentro como una joya, las paredes doradas y pintadas, las escaleras suntuosas, las magnas salas del Congreso y la Asamblea, las lámparas, esculturas, tapices, alfombras, las nervuras de la cúpula de 96 metros...belleza y distinción para el edificio más emblemático de Hungría.
Al día siguiente nos fuimos a la población de Visegrad en el recodo del Danubio. Salimos de la ciudad, observando desde el autobús las ruinas romanas de Aquincum. La ciudad romana marcaba la frontera con los pueblos bárbaros, que la invadieron en el siglo V al mando del huno Atila. Después de otros pueblos bárbaros, los ávaros permanecieron 3 siglos, hasta que los magiares llegaron de los Urales acaudillados por el príncipe Arpad y dirigieron el país hasta el siglo XIII. Visegrad recoge la tradición de este periodo medieval. Cuando llegamos estaban corriendo justas medievales en un palenque y había un gentío de impresión. Subimos a ver el castillo, situado en el alto de un monte. En algunas estancias se recreaban festines, caza, torturas,..algo que viviría el conde Dracul, uno de los auténticos habitantes del castillo, antes de que el cine deformara sus andanzas.
También paramos en Szentendre, ciudad de artesanos, mercaderes y pescadores, que viven y venden entre callejuelas, lo que atrae a multitud de turismo. Aquí completamos nuestras compras de artesanía en madera o bordados y las cremas de belleza, elaboradas con productos naturales, .
Desde el autobús, el verdor de la vegetación y el Danubio llenaban nuestros ojos. En Hungría no hay mar, pero se presiente un mar subterráneo de agua termal. Mientras viajábamos encontrábamos lagos termales, que se formaban tras la extracción de piedras en las canteras. Esto ha permitido la aparición de un nuevo negocio: turismo náutico en cualquier época del año, con posibilidad de acceder desde los vestuarios hasta el borde de lagos deportivos a través de un tubo térmico.

A la noche teníamos la gran fiesta de despedida: Cena en la isla Margarita. Hombres y mujeres ataviados con el traje popular estaban esperándonos con vino y queso en la explanada de la posada. Luego entramos en el amplio recinto donde las mesas estaban preparadas con la comida tradicional. Llegaron los asados y los postres, escanciados con vino y licores. En el elevado escenario, continuamente se sucedían actuaciones de música zíngara y bailes húngaros, en los que al final participamos los invitados.¡No quiero decir, cómo se disparaban los flases de fotos y vídeos para recoger estos momentos inolvidables!
A continuación crucero por el Danubio, con degustación de champán y sonido de vals. Desde el elegante interior del barco oíamos la descripción de la ciudad e interesantes detalles del Danubio. En la cubierta, sentados bajo la luz de las estrellas, mientras que las luces de la ciudad y los puentes iluminados nos sobrepasaban, pudimos fotografiar cascadas de colores, como si de fuegos artificiales se tratara. Los bellos monumentos sobresalían con sus fachadas brillantes y las cúpulas dominaban el cielo. Fue una fiesta realmente bonita como broche final.
Para saber más:
http://www.flickr.com/photos/rsas0010/
http://www.guide-prague.cz/?Lang=5
http://www.guiadelmundo.com/fotos/paises/czech_republic/index.html

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